Encuentro
EN XOCHIMILCO

Andrés Ortiz Garay[*]



La Revolución mexicana tenía ya cuatro años de haber comenzado; los regímenes dictatoriales de Porfirio Díaz y Victoriano Huerta habían sido doblegados por el vendaval revolucionario; sin embargo, lo más álgido de la gran contienda que transformaba a México estaba por iniciar con el enfrentamiento entre las facciones revolucionarias. Una de éstas perfiló lo que haría durante un histórico encuentro en Xochimilco.




c Encuentro en Xochimilco

Xochimilco, el nombre de esa amplia zona lacustre en el sureste del Valle de México, proviene de la lengua náhuatl y significa ‘lugar donde se cultivan flores’. En la parte central de lo que en la segunda década del siglo pasado era la cabecera del municipio de Xochimilco, se encontraba el Hotel Reforma, cuyo propietario era un señor llamado Manuel Fuentes. Se trataba, desde luego, de una edificación más bien modesta en comparación con los palacetes que en el centro de la Ciudad de México funcionaban como lugares de hospedaje para los mandos revolucionarios de las diversas facciones, pero contaba con un amplio y agradable patio central. Por eso o porque había pocas opciones, el Hotel Reforma era frecuentado por quienes visitaban Xochimilco, para pasear o para comerciar, pues la belleza de sus paseos en trajinera era –como hasta hoy– muy atractiva, y también porque vendedores y compradores de muchos productos locales, o que llegaban desde el sur del país, se daban cita allí para arreglar sus transacciones.

Hubo arduas negociaciones para elegir dónde se efectuaría el encuentro del que aquí hablaré, porque los dos principales personajes del evento eran sumamente desconfiados cuando salían de sus territorios habituales. Aun así, ambos convinieron en la necesidad política de reunirse, y con seguridad tenían muchas ganas de conocerse en persona en un ambiente más relajado, antes de hacer su entrada triunfal en la capital del país. Finalmente, se acordó que Xochimilco, prácticamente a mitad del camino entre el Palacio Nacional y el cuartel central zapatista, sería la sede idónea.

c El encuentro

Un tanto pasado el mediodía del viernes 4 de diciembre de 1914, se efectuó el encuentro de los dos grandes jefes de los ejércitos campesinos-populares más poderosos de la Revolución que afectaba a todo el país. Eran el general Francisco Villa, comandante supremo de la formidable División del Norte, y el general Emiliano Zapata, líder indiscutible del aguerrido Ejército Libertador del Sur, caudillos de las fuerzas revolucionarias que, gracias a su poderío bélico, al apoyo popular del que gozaban y a los acuerdos establecidos en la Convención Revolucionaria que poco antes se había reunido en Aguascalientes, lograron apoderarse ese mes de la capital del país, tras la retirada de las tropas constitucionalistas al mando de Venustiano Carranza y del general Álvaro Obregón.

Al compás de la retirada carrancista hacia Veracruz,[1] los zapatistas fueron ocupando el sur del Distrito Federal. El 26 de noviembre, el general Emiliano Zapata llegó en tren a la capital y se hospedó en un modesto hotel, el San Lázaro. Allí declaró que él y su gente caminaban de acuerdo con el general Francisco Villa y que lo esperaría para entrar juntos al Palacio Nacional; dos días después, la avanzada del ejército de la Convención, seis mil hombres al mando del general Felipe Ángeles, arribó a las goteras de la ciudad por el rumbo de Tacuba. Las instrucciones dadas por las jefaturas tanto villista como zapatista fueron muy estrictas en cuanto al mantenimiento del orden y la prohibición de que en la gran ciudad sus soldados cometieran saqueos u otras tropelías.


General Francisco Villa

General Emiliano Zapata


En la mañana de aquel viernes 4 de diciembre, Francisco Villa salió temprano de la estación ferroviaria de Tacuba, donde se acuartelaba en su famoso tren militar. Vestía uniforme color caqui, calzaba botas altas de montar y su cabeza estaba coronada por un quepí. De buena estatura y con unos noventa kilos de peso, se veía imponente. Protegido por una escolta, llegó en automóvil al centro de Xochimilco. Primero lo recibió un maestro de escuela convertido en general zapatista: Otilio Montaño, que era bueno en la oratoria y por eso había sido el principal redactor del Plan de Ayala. Todo el pueblo estaba adornado, las trajineras rebosaban de flores, una banda tocaba dianas, y los niños de la escuela primaria cantaron canciones a la patria. Dado a la emotividad como era, Villa se enterneció visiblemente y repartió entre los niños todo lo que traía en sus bolsillos. De pronto, una salva de cohetones anunció la llegada del otro caudillo. El jefe Zapata era de estatura más baja y menos robusto que Villa, pesaba unos 75 kilos; muy moreno y de rostro delgado, su gran sombrero dificultaba ver sus ojos acuosos y de mirada nostálgica. Iba vestido con chaquetilla negra bajo la que resaltaba una camisa de color lavanda, un paliacate de seda azul anudado al cuello y unos apretados pantalones también negros, con botones de plata cosidos en el borde de cada pernera. Al más puro estilo del charro mexicano.[2]

Al acercarse, primero se dieron la mano y luego un abrazo, quizá menos recordado que el de Acatempan, pero tan importante como ése para la historia mexicana y seguramente mucho más sincero. Luego fueron a la escuela pública del pueblo para llevar a cabo una primera deliberación, que no arrojó mucho, pues los dos jefes se tanteaban diciendo cosas medio intrascendentes y con pocas palabras, tanto así que el cronista afirmó: “Fue interesante y divertido ver a Villa y Zapata tratando de hacer amistad. Durante media hora se quedaron en un incómodo silencio, ocasionalmente roto por algún comentario insignificante, como novios de pueblo” (citado en Katz, 2007, p. 11). En ese momento, lo que casi se rompe con más contundencia fue la garganta de Villa, pues con el ánimo de relajar un poco el acartonamiento, Zapata mandó traer una botella –que unos dicen era de tequila o mezcal y otros dicen que era de coñac– para hacer un brindis por la unión de los ejércitos campesinos. Villa era totalmente abstemio, pero no descortés, así que decidió tomar la copa que el suriano le sirvió. Al dar el trago, Villa casi se ahogó y se le salieron gruesas lágrimas, así que tuvo que terminar el brindis apurando un vaso de agua.

Después pasaron a degustar la comida que Zapata ofrecía en el Hotel Reforma. En la mesa de honor, colocada en el bonito patio central, Villa y Zapata se sentaron lado a lado. Estaban flanqueados por el general Roque González Garza[3] y su secretario, Gonzalo Atayde –que transcribió en taquigrafía la plática–, ambos villistas; y por la parte zapatista estaban Paulino Martínez, Antonio Díaz Soto y Gama, los generales Manuel Palafox y Alfredo Serratos. Además estaban allí varios parientes de Zapata: su hermano Eufemio y su primo Amador Salazar, ambos generales del Ejército Libertador del Sur; su hermana María de Jesús y el pequeño hijo de Zapata, Nicolás, que después de comer se quedó dormido, recostado sobre la mesa. De esa manera, Zapata demostraba a Villa que lo recibía en familia. Según relata Paco Ignacio Taibo II en su biografía del Centauro del Norte, éste se aficionó a la gastronomía del sur tras probar los platillos que se sirvieron en el Hotel Reforma.

Villa descubrió en Xochimilco la comida del sur: el mole de guajolote, los tamales y los frijoles sazonados con epazote y chile verde. Parece ser que ese amor le acompañará los restantes días de su vida y que Zapata le envió al norte maíz y especias en los siguientes meses, incluso un molino para nixtamal, un cargamento de chiles variados y hierbas de olor (Taibo II, 2006, p. 450).


General Emiliano Zapata con el grupo que asistió al encuentro Villa-Zapata en Xochimilco

c El diálogo

La taquigrafía de Atayde registró el diálogo sostenido por Villa y Zapata durante el convivio, que se convirtió en una interesante muestra de sus ideas acerca de lo que para ellos significaba la Revolución y en buena medida aporta claves para entender el desenlace de la gesta revolucionaria, por eso dedico un amplio espacio a la transcripción de sus palabras.[4] O como dice el autor citado: “Será una conversación medio ladina y a veces con equívocos; se mueve entre lo brutalmente directo y lo ambiguo, entre decir verdades y tantearse. Pasa de la confesión personal interrumpida a la pregunta vaga” (Taibo II, 2006, p. 447). El hielo entre los caudillos se rompió definitivamente cuando Villa desaprobó en público la actuación de Venustiano Carranza, calificándolo de “descarado” y “canalla”. Los caudillos hablaron primero de las vicisitudes de la guerra y luego se adentraron en la expresión de sus sentires como gente del pueblo.

El registro taquigráfico del encuentro, hecho por Atayde, se interrumpe poco después de estas últimas palabras, pues Villa y Zapata dejaron el improvisado comedor, y acompañados sólo por Manuel Palafox, se metieron a un salón contiguo donde permanecieron cerca de una hora. Al salir, Villa, Mauro Quintero, Antonio Soto y Gama y Roque González Garza pronunciaron los discursos de clausura. Este último recordó después en sus memorias que Villa le contó que en la conversación privada, propiamente el Pacto de Xochimilco, se acordaron cuatro puntos principales: 1) alianza militar formal entre la División del Norte y el Ejército Libertador del Sur; 2) aceptación de todas las fuerzas alineadas con Villa del Plan de Ayala zapatista una vez que de éste se excluyeran los ataques a Francisco Madero que contenía el documento original; 3) compromiso de Villa para proporcionar armas y municiones a los zapatistas; 4) llamado a elecciones libres una vez derrotado el carrancismo con el acuerdo de que los caudillos renunciaban a participar en ellas y sólo se aceptaría a un civil como presidente de la República.

c Acto triunfal y epílogo

El domingo 6 de diciembre de 1914 ocurrió la entrada conjunta de los ejércitos revolucionarios a la capital del país. Las tropas se fueron concentrando en las cercanías de la Alameda y luego marcharon por la antigua calle de San Francisco (a la que unos días más tarde el general Villa le cambiaría el nombre por el de Francisco I. Madero) hasta el Zócalo. Precedido por un par de cornetas zapatistas, el grupo que encabezaba la parada iba a caballo. Villa y Zapata cabalgaban con garbo y charlando animadamente; a sus lados, Lucio Blanco, un agricultor de Coahuila que ya para entonces había realizado los primeros repartos agrarios; Otilio Montaño, el maestro rural morelense que había recibido a Villa en Xochimilco; Rafael Buelna, un sinaloense exestudiante de Derecho que, con sus 24 años, era el general más joven de la revolución; Tomás Urbina, duranguense de ascendencia tarahumara, que había sido cuatrero y era compadre de Villa; el oaxaqueño Everardo González, arriero que después de ser maderista se unió al zapatismo; y el rudo Rodolfo Fierro, otro sinaloense que había sido garrotero y maquinista en los ferrocarriles antes de entrar a la Revolución.


Generales Francisco Villa y Emiliano Zapata en su entrada
triunfal a la Ciudad de México, el 6 de diciembre de 1914


Les seguía el general Eufemio Zapata, hermano mayor de Emiliano, quien iba, curiosamente –a él que tanto le gustaban los caballos–, sentado en el asiento trasero de un automóvil, al frente de las desgarbadas y asombradas tropas zapatistas, que eran en su mayoría nahuas, mixtecos, tlapanecos, otomíes o de otros grupos indígenas. ¡Algunos de ellos habían disparado la noche anterior contra un carro de bomberos que acudía a apagar un incendio porque creyeron que era una máquina de artillería enemiga! Y más atrás, estos dos sí a caballo, iban los generales Felipe Ángeles, un hidalguense militar de carrera que luego de la traición del usurpador Huerta se había unido a Villa, y Raúl Madero, un ingeniero que había estudiado en Estados Unidos y que era el hermano menor del presidente sacrificado. Ellos encabezaban las marciales y bien uniformadas tropas de la División del Norte.

Era un día glorioso, pues muchos creían que llegarían la paz, la libertad y la igualdad. Era un interludio diferente, asombroso, porque en la Ciudad de México, ese mes de diciembre, ya no eran los viejos o los señoritos porfiristas, de guante blanco, sombrero de chistera, zapatos de charol y traje de frac, quienes estaban montados en la silla presidencial –como diría Eufemio Zapata, que comentaba quién sabe si en broma o en serio que, hasta que la vio por primera vez, pensaba que la silla presidencial era una silla de montar–. La “Revolución de los de abajo” había cambiado eso. Durante un corto tiempo, los habitantes de la gran ciudad atestiguaron que también podían gobernar, a su manera, las gentes de camisa y pantalón de manta, huaraches, y sombrero de palma, junto con los charros adornados al estilo del general Zapata, y unidos a los revolucionarios del Norte, los de sombrero tejano, botas de cuero, y pañoleta al cuello. Era el pueblo en armas quien ahora trataba de dirigir los destinos del país. El norte y el sur de México habían juntado sus fuerzas para rechazar la tiranía de los oligarcas y destruir la dictadura de Victoriano Huerta y sus seguidores.

Sin embargo, el Pacto de Xochimilco no logró formar en batalla un ejército con mando centralizado, sino que cada corriente se avocó a defender sus bases regionales. Los líderes de la Convención Revolucionaria, que habían nombrado presidente provisional de la República a un general coahuilense poco conocido, Eulalio Gutiérrez, desconfiaban de los campesinos en armas; el gobierno de la Convención no supo ni quiso apoyar decididamente a las fuerzas zapatistas y dedicó gran parte de sus actividades a urdir intrigas para separar a Zapata y Villa. Este último cometió la grave equivocación de desechar los consejos del general Felipe Ángeles, que proponía aprovechar el tempo militar y moral de la conjunción villista-zapatista para lanzarse de inmediato contra las maltrechas fuerzas que protegían a Carranza en Veracruz. Decidió mejor asegurar las líneas de comunicación con sus bases en el norte y dispersar sus fuerzas en varios teatros de operación, un error estratégico que le costaría la derrota unos meses más tarde. Sin embargo, como bien lo expresa Adolfo Gilly, no había sido en vano lo realizado por los ejércitos campesinos y populares de Villa y Zapata:

Significa también que las masas campesinas, a través de la organización y la centralización militar expresada en Villa y a través de la intransigencia política expresada en Zapata, manifestaron una capacidad hasta entonces única en la historia de las guerras campesinas para hacer un esfuerzo supremo para romper con la burguesía y constituirse en fuerza nacional independiente; para arrastrar en esas condiciones a un sector de la pequeñaburguesía, así fuera condicional y transitoriamente; y para influir poderosamente al otro (la tendencia radical y jacobina en el constitucionalismo), a través del cual terminaría por expresarse en términos políticos más permanentes el peso campesino en el curso de la Revolución (Gilly, 1978, p. 151).

La casa en la que se celebró el encuentro de Villa y Zapata en Xochimilco todavía existe; se ubica en la calle 16 de Septiembre, número 32, enfrente del mercado Xóchitl y a un costado de la catedral de San Bernardino. Ya no es un hotel, sino una más de las sucursales de la zapatería La Rivera, pero aún conserva parte de la fachada y las vigas interiores de la antigua construcción, aunque el patio donde se celebró la comida ya desapareció. Una pequeña placa conmemorativa –de difícil localización y lectura porque la tapan los toldos de los puestos de comercio ambulante– recuerda el encuentro de esos generales y el Pacto de Xochimilco. ¿Será porque ni zapatistas ni villistas triunfaron en la Revolución, que nunca se hizo allí un museo?

c Referencias

GILLY, Adolfo (1978). La revolución interrumpida. México, 1910-1920: una guerra campesina por la tierra y el poder. Ediciones El Caballito.

KATZ, Friedrich (2007). Pancho Villa, t. 2. Editorial Planeta.

Mundo Nuestro (2019). 4/XII/1914, Villa y Zapata en Xochimilco: el país que no ganó la guerra / A cien años de la muerte de Zapata. https://archivo.mundonuestro.mx/index.php/secciones/historia/item/1940-4-xii-1914-villa-y-zapata-en-xochimilco-el-pais-que-no-gano-la-guerra-a-cien-anos-de-la-muerte-de-zapata Ir al sitio

TAIBO II, Paco Ignacio (2006). Pancho Villa. Una biografía narrativa. Editorial Planeta.

Notas

Antropólogo. Laboró en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Nacional de Ecología. Para Correo del Maestro escribió las series “El fluir de la historia”, “Batallas históricas”, “Palabras, libros, historias” y “Áreas naturales protegidas de México”.
  1. El 23 de noviembre, las tropas estadounidenses evacuaron el puerto, que ocupaban desde ocho meses antes, y dejaron allí bastantes suministros, armas y municiones que servirían para pertrechar al ejército de Obregón, que llegó a Veracruz un par de días después.
  2. Esta descripción de los jefes revolucionarios se debe a la pluma de Leon Canova, un funcionario del Departamento de Estado del gobierno de los Estados Unidos que asistió al evento invitado por el general Villa. Como había sido periodista, tenía buena capacidad para escribir. Innumerables versiones del encuentro repiten en lo esencial su relato.
  3. Fue uno de los más decididos partidarios de Francisco Madero. Cuando éste fue asesinado, se unió a la División del Norte. Durante el proceso de ruptura ente Villa y Carranza, fungió como uno de los mandos militares que trataron de evitarlo. En la Convención Revolucionaria en Aguascalientes, no obstante su adhesión a la facción villista, se le aceptó unánimemente como director de las sesiones de la asamblea. Ocupó el cargo de presidente interino de la República (por mandato de la Convención) de enero a junio de 1915.
  4. El registro y la interpretación de ese diálogo varían según las fuentes consultadas; una versión más o menos completa está disponible en internet; algunos comentarios interesantes aparecen en las obras de Adolfo Gilly, Paco Ignacio Taibo II y Friedrich Katz citadas al final de este artículo.
c Créditos fotográficos

- Imagen inicial: www.findglocal.com

- Foto 1: www.loc.gov

- Foto 2: Dominio público en commons.wikimedia.org

- Foto 3: twitter.com/notienlacezap/status/1115256262755782657

- Foto 4: cronicaderosarito.mx

CORREO del MAESTRO • núm. 307 • Diciembre 2021