Los héroes
QUE NOS DIERON PATRIA

Andrés Ortiz Garay[*]



Este texto es una introducción a la serie de artículos de próxima aparición en Correo del Maestro dedicada a revisar la actuación de varios próceres de la independencia de México. En ella, el autor señala lo injusto y desacertado de centrar en unos cuantos héroes y un par de heroínas el prometido recuerdo de gloria para quienes lucharon por la libertad de la patria. Los personajes que aborda esta serie no son los mártires ejecutados durante la guerra, sino aquellos que la sobrevivieron para forjar los comienzos de la nación mexicana.




c Los héroes que nos dieron patria

La noche que transcurre entre el 15 y el 16 de septiembre de cada año, se enciende el fervor patriota de los mexicanos al sonoro rugir de la palabra independencia. Esa noche, cada quien solemniza a su manera el significado de tal palabra, aunque es común que el resurgimiento de ese fervor devenga en fiestas y jolgorios amenizados con pozole y tequila, parafernalia tricolorizada e ineludible coheterío, por nombrar sólo lo más indispensable.[1] Pero como esta celebración se dedica a recordar nuestra calidad mundial de nación independiente, el Estado –hasta ahora irrecusable conductor de la nacionalidad– juega en ella un papel preponderante.

Por eso, aunque haya diversas maneras de sentir, entender, significar o simbolizar la independencia de México, cada año el gobierno en turno despliega recursos e intereses en la recreación –o más bien debería decir en la repetición altamente cosificada– de un episodio que supuestamente resume el anhelo independentista y libertario del pueblo mexicano: el Grito de Dolores. El conjuro mayor en honor de la patria y en recuerdo de quienes exhalaron en sus aras su aliento se establece entre las masas que acuden al Zócalo capitalino y el presidente de la nación.[2] Este mismo acto se reproduce en la capital de cada estado a cargo del gobernador en turno y se supone que también cada municipio festeja a su propia manera tal solemnidad. Como no sé bien qué o a quiénes habrán puesto de relieve, por ejemplo, los presidentes municipales de Guachochi, en la sierra Tarahumara, o los gobernadores de Chiapas que presumo habrán dado el Grito en Tuxtla Gutiérrez, mejor me quedo en lo que sigue únicamente con lo que he visto en la capital del país, en vivo o en la tele.


Aunque haya diversas maneras de significar o simbolizar la independencia de México, cada año el gobierno en turno despliega recursos
e intereses en la recreación de un episodio que supuestamente resume el anhelo independentista y libertario del pueblo mexicano


De tal manera, cada una de esas noches –así sea que a la mañana siguiente haya que desfilar– el momento cumbre compartido por todos es cuando el presidente de México tañe la campana, que supuestamente es la misma que tañó el cura Hidalgo en Dolores hace ya más de dos siglos, y da con voz en cuello vivas a la independencia, la libertad, la soberanía y un etcétera que se corresponde con su ideario político.[3] Sin embargo, a pesar de que el Himno Nacional mexicano promete “un recuerdo para ellos de gloria”, es muy poco –casi nada– lo que en efecto se hace en la ceremonia del Grito para glorificar más plenamente a los “héroes que nos dieron patria”. Prácticamente, ese recuerdo se reduce al ritual de los mantras dedicados a unos cuantos personajes (los mismos cuya efigie recrean las luminarias alegóricas colocadas en el Zócalo). Así, tal tipo de evocación contribuye a crear una suerte de inmovilidad en nuestro entendimiento de la gesta independentista, pues la reduce a un marco que por constreñido resulta altamente ficticio y discriminador. La tabla que presento a continuación no debe considerarse conclusiva, pero sí es bastante representativa de lo que sucede durante el Grito; aunque su fuente es un video en YouTube altamente editado, la experiencia personal me indica que en efecto, los personajes que son gritados por el presidente en turno son casi invariablemente cinco y que las adiciones a este corifeo central son pocas.

Personajes evocados en la ceremonia del Grito de Independencia por varios presidentes


Fuente: youtube.com/watch?v=hde6eaojzHs Ir al sitio


Según estos datos, los héroes fusilados –y por lo tanto derrotados– antes de que se consiguiera la independencia son los que encabezan la glorificación en el ceremonial del Grito (Hidalgo, Morelos, Allende y Aldama),[4] dando así preferencia al martirio que al triunfo.[5] Generalmente, se les agrega la mención de una mujer, la Corregidora, creo que más bien con la intención de mantener el dramatismo que convierte en gesta el confuso estallido de la insurrección en el Bajío en septiembre de 1810, que con el de verdaderamente poner de relieve el rol femenino, pues de otra manera, Leona Vicario y la nunca mencionada Gertrudis Bocanegra serían ejemplos igualmente meritorios.[6]

Aparte de los evidentes anacronismos de Salinas y Echeverría al dar vivas a Juárez, Zapata y los Niños Héroes, la interrogante es ¿por qué tan escueta la lista de los glorificados?, ¿por qué sólo los mártires son recordados en el Grito y muchos otros insurgentes que lucharon en la guerra de independencia y sobrevivieron para construir las primeras décadas del México independiente quedan fuera del honroso recordatorio dedicado a los “héroes que nos dieron patria”?

Instalación de la Junta de Zitácuaro o Suprema Junta Nacional
Americana de Zitácuaro
(1811), mural de Abel Medina Solis, ubicado
en el Palacio Municipal de Zitácuaro, Michoacán


Que Hidalgo y Allende encabecen el escueto repertorio de héroes patrios viene de lejos en el tiempo. Recordemos que apenas dos años después del Grito de Dolores, Ignacio López Rayón (un abogado que tras ser secretario de Hidalgo, se había convertido en general revolucionario y presidente de la Junta de Zitácuaro)[7] propuso en el artículo 33 del documento programático titulado Elementos constitucionales, la glorificación de esos dos líderes de la insurrección contra el despotismo colonial:

Los días diez y seis de septiembre en que se proclama nuestra feliz independencia, el veinte y nueve de septiembre y el treinta y uno de julio, cumpleaños de nuestros generalísimos Hidalgo y Allende, y el doce de diciembre consagrado a nuestra amabilísima protectora Nuestra Señora de Guadalupe, serán solemnizados como los más augustos de nuestra Nación (De la Torre, 2017, p. 120).

Sin duda, no era todavía tiempo de incluir a otros cuya actuación apenas estaba en ciernes (como Morelos), aunque en un estricto sentido justiciero algunos otros ya podrían haber sido desde entonces agregados a la lista de los mártires de la independencia (los hermanos Aldama y Mariano Jiménez, por ejemplo). Pero el caso es que la efeméride del inicio del movimiento por la independencia se fijó desde entonces el 16 de septiembre y prácticamente como tal se ha mantenido hasta nuestros días (aunque ahora la celebración empiece el 15). Y si bien los natalicios de Hidalgo y Allende no adquirieron finalmente la dimensión de conmemoraciones patrióticas que el documento de Rayón pretendía otorgarles, es indudable que ambos personajes han permanecido como figuras principales del panteón laico en el que se asienta la historia de la independencia de México.[8] Desde luego, a lo largo de los ya dos siglos de historia nacional habrán ocurrido variantes. Por ejemplo, es interesante que en la primera conmemoración de la independencia bajo un régimen republicano, en septiembre de 1825, los registros señalen como los actos más importantes: la misa de tedeum en la Catedral; la alegoría escenificada junto a las puertas de Palacio Nacional en la que un grupo de muchachas representando esclavas y unos niños que simulaban ser los huérfanos de los patriotas muertos en la guerra fueron redimidos simbólicamente a través de los discursos pronunciados por el presidente Guadalupe Victoria y el síndico del ayuntamiento de la ciudad; la música y otras diversiones en la Alameda; el convivio que reunió a los principales funcionarios del gobierno, los por entonces pocos integrantes del cuerpo diplomático extranjero y a los miembros de las familias de mayor distinción de la capital. Pero del tañido de la campana de Dolores y los vivas en honor de Hidalgo, Allende y demás no se dice nada, aunque, eso sí, los vistosos fuegos pirotécnicos no faltaron.[9]

Pongamos esto un poco más claro. A pesar de que una multiplicidad de estudios, realizados por mexicanos y extranjeros desde las primeras décadas del siglo XIX hasta nuestros días, han puesto de relieve la actuación de muchos próceres de la independencia, el panteón de los “héroes que nos dieron patria” reflejado en las conmemoraciones de carácter oficial que básicamente se circunscriben a las fastuosas ceremonias del 15-16 de septiembre es sumamente pobre.[10] La preponderancia de esta efeméride, que marca el inicio de la fallida revuelta acaudillada por Hidalgo, Allende y otros (esos otros que son los primeros invisibilizados entre quienes conforman el panteón de “los héroes que nos dieron patria”), ha oscurecido el recuerdo de personajes y acontecimientos que en estricto sentido alcanzaron mayor trascendencia en la lucha insurgente, por ejemplo: las campañas victoriosas de Morelos, la reunión del congreso constituyente en Apatzingán, los levantamientos en el noreste del virreinato y las expediciones formadas por soldados de varios países –como la comandada por el navarro Francisco Javier Mina–, la integración del Ejército de las Tres Garantías en seguimiento del Plan de Iguala de Agustín de Iturbide, y sobre todo, de acuerdo con lo que pretendo subrayar, la esforzada lucha de varios caudillos que tras la muerte de Morelos mantuvieron viva la resistencia armada contra el ejército realista.


Solemne y pacífica entrada del Ejército de las Tres Garantías a la Ciudad de México


El trazo unilineal que lleva del Grito de Dolores (septiembre de 1810) hasta la firma del Acta de Independencia (septiembre de 1821) simplifica absurdamente la enorme complejidad de los procesos que desembocaron en el surgimiento de México como nación independiente. Esto me parece grave, pues no sólo oscurece nuestra comprensión del panorama histórico en el que se desarrolló la realidad de ese nuevo –en los años veinte del siglo XIX– estado nacional, sino además comete una doble injusticia, ya que, por un lado, relega y con ello conduce a olvidar a muchos próceres cuya actuación fue fundamental en la lucha por la independencia (que, como ya veremos, no finalizó en 1821), y por otro, limita demasiado a los mexicanos de la actualidad, pues si sólo Hidalgo y Morelos, o Allende y Aldama, son los merecedores de nuestra veneración patriótica, dónde quedan las opciones de identificación con la heroicidad si uno no tiene vocación de mártir ni de sacerdote o militar de carrera.

Así, el objetivo de la serie de artículos “Los héroes que nos dieron patria” consiste en revisar la actuación de algunos destacados líderes (Guadalupe Victoria, Manuel Mier y Terán, Nicolas Bravo, Ignacio López Rayón, José Francisco Osorno y Juan Álvarez) que combatieron del lado independentista durante la guerra de 1810-1821 y sobrevivieron a ella convirtiéndose en parte de la dirigencia política que encaminó los primeros pasos de México como estado-nación. El llamado a no relegar de la memoria a otros actores diferentes a los que celebra comúnmente la tendencia oficialista resultaría incompleto y nuevamente injusto si dejamos fuera el fundamental papel de las mujeres en la historia, por eso también habrá entregas dedicadas a algunas de ellas (por ejemplo, María Ignacia Rodríguez y Gertrudis Bocanegra). Así, espero que los artículos de esta serie contribuyan a ampliar nuestra perspectiva histórica cuando cada septiembre coreemos tan gustosamente los gritos de ¡Viva México! ¡Vivan los héroes que nos dieron patria!

Notas

* Antropólogo. Laboró en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Nacional de Ecología. Para Correo del Maestro escribió las series “El fluir de la historia”, “Batallas históricas”, “Palabras, libros, historias” y “Áreas naturales protegidas de México”.

  1. De manera parecida pero distinta a lo que sucede el Día de las Madres, los Días de Muertos, la Semana Santa, el natalicio de Benito Juárez, el inicio de la Revolución de 1910, el día de la Guadalupana y en una de esas hasta el Día del Niño, por no mencionar más.
  2. Y si caso no se puede o no se quiere ir al Zócalo, ahí está la cadena nacional de televisión y radio que igual nos lleva hasta allí, con la ventaja de no sufrir incomodidades y situarnos en primera fila.
  3. Por ejemplo, uno actualmente muy recurrente es ¡Viva la democracia! Otros –también más o menos recientes– han correspondido a las terminologías políticas del momento, por ejemplo el ¡Viva la autodeterminación! de López Portillo, los vivas al Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución de Felipe Calderón en 2010, o los ¡Vivan nuestras instituciones!, y ¡Viva la unidad de las y los mexicanos!, de Vicente Fox cuando dio el grito en Dolores, Guanajuato, su estado, en vez de en el Zócalo capitalino.
        Por su parte, López Obrador se ha despachado en grande con este tipo de etcétera, pues aparte de los más usuales, también ha dado vivas a la justicia, la honestidad, la fraternidad universal, la paz y al amor al prójimo, así como a las culturas del México prehispánico, la riqueza cultural de México y las comunidades indígenas. López Obrador ha dado vivas a “los héroes anónimos” y a “madres y padres de nuestra patria”. La sinceridad de su interés por la historia de nuestro pueblo-nación se refleja en que, a diferencia de sus inmediatos antecesores, es prácticamente el único que se ha tomado la molestia de gritar los vivas a los héroes dándoles su nombre completo.
  4. Sin especificar a cuál de los hermanos se hace referencia, si a Juan, fusilado en Chihuahua a la par que Allende, Mariano Jiménez y Manuel Santa María (este último nunca mencionado y el anterior casi nunca), o a Ignacio, fusilado muy poco después en Monclova, Coahuila.
  5. La excepción que confirma la regla es Vicente Guerrero, que también murió fusilado, pero en 1831, casi diez años después de la promulgación del Acta de Independencia de México.
  6. De la niñez, nada, aunque no se carece de ejemplos, como el de Narciso Mendoza, “el niño artillero” en el sitio de Cuautla, y el hijo del cura Morelos, Juan Nepomuceno Almonte, que fue nombrado general brigadier de las fuerzas insurgentes cuando tenía doce años y después tuvo una participación importante en la historia mexicana.
  7. Tras la desaparición de los primeros líderes de la insurrección contra el gobierno virreinal, este organismo quedó nominalmente al mando de todas las fuerzas insurgentes, aunque su autoridad real estaba restringida a una pequeña área del centro del virreinato. Su nombre oficial era Suprema Junta Gubernativa de América y entre sus miembros más prominentes estaban José María Morelos y Pavón, José María Liceaga, el cura José Sixto Verduzco y el propio López Rayón. Al crearse el Congreso de Anáhuac a iniciativa de Morelos, la junta dejó de ejercer el mando supremo de la revolución.
  8. Obviamente, aunque la acepción más común de la palabra panteón en el actual español de México nos refiere a cementerio o conjunto de monumentos funerarios, la utilizo aquí en el sentido de su origen etimológico, que sería el de ‘conjunto de todas las divinidades adoradas por un pueblo’, extrapolando la idea de divinidad sobrenatural a la de los héroes culturales que se veneran en el panteón laico sobre el que se edifican los mitos y las historias fundacionales de los modernos estados nacionales.
  9. Cfr. Luis Armando Victoria Santamaría (2017), Guadalupe Victoria. El águila negra, MR, que cita un artículo del periódico El Sol del 17 de septiembre de 1825.
  10. Durante el resto del año, la gesta por la independencia no vuelve a recordarse gran cosa; cuando mucho, el calendario cívico señala izar la bandera a media asta el 14 de febrero para conmemorar la muerte del general y presidente Vicente Guerrero, y ponerla a toda asta el 28 de septiembre en recuerdo de la promulgación del Acta de Independencia (esta última fecha, tan cercana a la celebración del Grito de Dolores y carente del dramatismo de ésta, se ha visto opacada desde hace mucho tiempo; con ocasión del bicentenario de la consumación de la independencia se realizó un gran acto conmemorativo en septiembre de 2021, aunque por una extraña razón se eligió como fecha del magno festejo el 27, que fue cuando el ejército trigarante entró en la Ciudad de México, y no el día siguiente, 28, que fue cuando se realizó el protocolo de firma y promulgación del Acta de Independencia de México).
c Créditos fotográficos

- Imagen inicial: neomexicanismos.com

- Foto 1: commons.wikimedia.org (CC BY-SA 2.0)

- Foto 2: contitucionpoliticamx.wordpress.com

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CORREO del MAESTRO • núm. 310 • Marzo 2022