Los héroes que nos dieron patria
CABALLERO Y CAUDILLO:
NICOLÁS BRAVO

Andrés Ortiz Garay[*]



Pocas veces, durante las conmemoraciones septembrinas de nuestra independencia, se recuerda a un personaje que luchó no sólo contra la dominación española, sino también contra la invasión estadounidense. Durante la primera mitad del siglo XIX, Nicolás Bravo fue un destacado forjador de la nación mexicana impulsado por la idea de que la libertad encuentra sus límites en el marco de la ley.




c Los héroes que nos dieron patria. Caballero y caudillo: Nicolás Bravo

¿Qué pensaría el general Nicolás Bravo aquel 13 de septiembre de 1847 al caer prisionero del ejército estadounidense en Chapultepec?[1] ¿Habrá sentido odio contra Santa Anna –su antiguo enemigo en la guerra de Independencia– y amargura en relación con Álvarez –su antiguo compañero de armas en esa misma guerra– porque ninguno le brindó auxilio para defender el Castillo? ¿Habrá fantaseado que si en vez de ellos hubieran estado allí el generalísimo Morelos y Hermenegildo Galeana el resultado de la batalla y quizá de toda la guerra habría sido diferente? Aunque no era la primera vez que caía prisionero del enemigo, ¿temería por su vida o le tranquilizaría imaginar que los jefes estadounidenses sabrían que él nunca había cometido crueldades con el vencido? ¿Calcularía que fusilar a un general tres veces presidente de la República sería demasiado contraproducente para el ejército invasor? Y, más allá de sus preocupaciones personales, ¿qué habrá pensado sobre la tragedia que se abatía sobre la nación que apenas un cuarto de siglo antes había obtenido su independencia?, ¿habrá juzgado que la libertad alcanzada en 1821 se perdía en 1847 a consecuencia de no haberse logrado dotarla de un marco legal aceptado en común por los mexicanos?

Desde luego, ni estas interrogantes ni sus posibles respuestas se fundamentan en algún documento histórico atribuido al personaje, pero tales conjeturas sirven para introducir esta revisión de la actuación histórica de Bravo, pues sus 68 años de vida transcurrieron desde la existencia de la inmensa Nueva España y su conversión en México, hasta la amputación de la mitad de ese vasto territorio a consecuencia de la derrota sufrida en la guerra contra Estados Unidos.[2]

c La independencia y los clanes

Fue incongruente que en 2010, durante la celebración del bicentenario de la Independencia, el presidente en turno luego de gritar un “¡Viva Aldama!” y un “¡Viva Galeana!”, haya decidido gritar un “¡Vivan los Bravo!”. ¿Por qué individualizaba a unos y colectivizaba a otros? Cualquier estudiante medianamente avezado en la historia de la independencia conoce ejemplos de hermanos o familiares en otros grados de consanguinidad que se unieron grupalmente a la insurgencia. ¿A quién de los hermanos se refería ese presidente con el viva Aldama, a Juan o Ignacio (fusilados ambos en 1811 con diferencia de seis días y los casi 600 kilómetros que en línea recta separan las ciudades de Chihuahua y Monclova)? ¿A cuál de los Galeana vitoreaba, a don Hermenegildo (el brazo izquierdo del generalísimo Morelos) o alguno de sus sobrinos, Pablo y Antonio? Si Felipe Calderón hubiera decidido, nada más por tratarse del bicentenario, no ser mezquino e incluir a más personajes en su arenga, ¿habría singularizado o pluralizado los vivas a López Rayón –quizá dejándolo en puro Rayón para no inducir molestas homonimias–, a Terán o Sesma? Casi estoy seguro de que, de haberse decantado por la inclusión (y si acaso estaba enterado de la existencia del insurgente Francisco Fernández), no habría dudado en singularizar gritando “¡Viva Guadalupe Victoria!” para matar dos pájaros de un tiro, pues así señalaría su devoción guadalupana y se evitaría un “¡Viva Victoria y su hermano Fernández!” antiprotocolario y probablemente confuso.

Pero haya sido como haya sido, lo cierto es que el caso de la familia Bravo es uno de los más recordados por conocedores o legos. En mayo de 1811, los hermanos Leonardo, Miguel, Víctor y Máximo, junto con Nicolás –que era hijo del primero–, luego de algunos meses de mantener una posición ambigua, decidieron apoyar al movimiento insurgente conducido por José María Morelos. Los Bravo se habían refugiado en su hacienda de Chichihualco para escapar a la presión de los realistas que demandaban su apoyo;[3] cuando ahí llegó Hermenegildo Galeana con su gente, una tropa realista atacó la hacienda y entonces Nicolás y sus parientes se distinguieron al conducir cargas que destrozaron a los agresores. Esta victoria no sólo allanó el camino para que Morelos pudiera entrar en Chilpancingo a fines de ese mes, sino que sumó a los Bravo del lado de la insurgencia.

Nicolás Bravo Rueda nació en Chichihualco (cerca de la capital del actual estado de Guerrero) el 10 de septiembre de 1786. Su educación escolar fue escasa, pues se dedicó al trabajo en la hacienda familiar, que gozaba de cierta prosperidad por sus cultivos comerciales de algodón y caña de azúcar. Al igual que sus tíos, Nicolás reconoció la autoridad de la Suprema Junta creada por López Rayón, pero pronto se convirtió en ferviente seguidor de Morelos y fue radicalizándose a una posición republicana. En diciembre de 1814, Bravo lanzaría una proclama que rechazaba la restauración absolutista de Fernando VII, llamaba a los “ciudadanos del Sur” a ser fieles a la nación, no al monarca, y los exhortaba a reconocer al gobierno representativo instaurado por la Constitución de Apatzingán (que prometía el acceso a la libertad política, la igualdad de españoles y americanos, y proscribía la esclavitud, la arbitrariedad, la injusticia y el despotismo). Sin embargo, durante la guerra de Independencia, Bravo se distinguió como militar, no como ideólogo. La ácida pluma de Lorenzo de Zavala –escribiendo años después, en 1831– nos dejó un retrato desmitificador:

Don Nicolas Bravo […] ha sido el héroe de un partido [las logias escocesas], y por desgracia de la nación, su instrumento. Bravo recibió lo que se puede llamar educación primaria. No tiene conocimientos en ninguna materia, y su trato familiar es árido. Si hemos de juzgar por las apariencias, este general es de muy cortos alcances y de poca capacidad. Los españoles le colocaron a la cabeza de sus logias, y en su nombre se hacían todas las maniobras del partido. Pudieron lisonjear sus afecciones, y su mayor elogio era el de haber dado libertad a doscientos españoles que tenía prisioneros cuando hacía la guerra de independencia, el día mismo que supo que su padre había sido ejecutado en México. Virtud digna de un santo padre de la Iglesia, si se quiere; pero falta notable en un general, que podía sacar mayores ventajas de los enemigos, canjeándoles con otros, o armándolos entre sus filas.[4] Algunos contestan este hecho; pero Bravo no lo ha desmentido. Sus enemigos le acusan de cruel y sanguinario, por algunos actos de severidad que se han cometido en su nombre; yo creo que obrando por sí este hombre se inclinaría generalmente al bien; pero todas sus acciones son efectos de influencias que él mismo no acierta a conocer (1845, p. 113-114).


Antigua hacienda de la familia Bravo en Chichihualco, Guerrero, ca. 1920

c Bravos en la guerra

Los combates eran fuertes en 1812. El sitio de Cuautla se convierte en épico ejemplo de que los insurgentes aprendían rápido a guerrear. Pero no sólo ahí se lucha; Miguel Bravo por el rumbo de Oaxaca, Rayón por el valle de Toluca, y varios más en otras partes, realizan maniobras distractoras para sacar a Morelos del apuro, evitando que lleguen refuerzos al general Calleja, sitiador de Cuautla. Poco después, Nicolás Bravo fracasa en su intento de tomar Xalapa, pero se rehace y triunfa en San Agustín del Palmar, provincia de Puebla, donde derrota a los realistas y les hace cerca de 300 prisioneros (19-20 de agosto). Para principios de 1813, Bravo funge ya como comandante principal de la insurgencia en Veracruz. Es el primero en aprovechar las ventajas ofrecidas por la estratégica posesión de la zona de Puente del Rey que luego daría fama de invencibles a las guerrillas jarochas de Guadalupe Victoria.[5] Allí (mediados de enero) y en Alvarado (30 de abril) libra tremendos combates que demuestran su habilidad militar; pero quizás el gran blasón castrense de Bravo es el sitio de Coscomatepec, en donde resiste el asedio realista durante todo septiembre hasta que, por falta de víveres y municiones, evacúa la plaza el 4 de octubre.

En marzo de 1813, el virrey Venegas es sustituido por Calleja y sale de México a Veracruz para embarcarse de regreso a España. En su ruta al puerto, permanece unos días en Orizaba, muy al alcance de las fuerzas de Bravo. De hecho, Venegas arriba con muy poca gente a Orizaba y hasta uno o dos días después llega su escolta de dos mil dragones, así que Bravo hubiera podido intentar la captura del exvirrey y ejecutarlo en venganza por la terrible muerte de su padre. En el parte que Bravo rindió a Morelos dice que la presencia del fuerte contingente realista le impidió esa maniobra. Sin embargo, hay indicios de que fue la magnanimidad de Bravo y no el miedo a fracasar lo que determinó su proceder, pues en Coscomatepec se había desatado una epidemia que amenazaba con diezmar tanto a los insurgentes como a la población civil.

Según anota una de mis fuentes –que admite la carencia de pruebas documentales, pero advierte sobre la existencia de evidencias circunstanciales–, no debe descartarse que Bravo negociara con las autoridades realistas la obtención de auxilio para controlar el brote epidémico (lo cual se logra con el envío a Coscomatepec de Antonio Flores, un médico español del batallón provincial fijo de Veracruz, y una carga de medicamentos) a cambio de permitir el libre paso de Venegas hasta el puerto. “De ser cierto, Nicolás Bravo ocultó tal posible acuerdo a Morelos, pero antepuso el bienestar de su gente a la venganza, lo que redundaría una vez más en la confirmación de su honorable conducta personal” (García Márquez, 2020, p. 22).

Si bien el perdón a los prisioneros españoles y la admisible negociación para salvar de la enfermedad a la gente en Coscomatepec nos muestran a un Nicolás Bravo guiado por ideales que caracterizarían a un caballero medieval (generosidad, justicia, templanza, lealtad), no hay duda de que ejercía su mando ateniéndose a un precepto más básico según el cual la libertad (individual o colectiva) encontraba sus límites en el marco de la ley (promulgada o consuetudinaria). Así lo deja ver la relación de un cura anónimo que estuvo con él en Coscomatepec:

La defensa de Bravo consistía en una cerca de piedras, tres piezas de artillería y ochocientos soldados desnudos y hambrientos: a cada uno se habían dado cinco cartuchos, por no haber más, con la orden de no disparar un fusil, hasta que la tropa invasora quisiera ya salvar la cerca. Consiguió este honor por la severidad con que pocos días antes pasó por las armas a tres que se desertaban (s. f., citado en García Márquez, 2020, p. 27).


Natal Pesado, El perdón de Nicolás Bravo, 1892, óleo sobre tela, Conservaduría de Palacio Nacional, SHCP

c Sitio de Coscomatepec

Aunque el principal escenario militar de esos días es Coscomatepec, las maniobras de los ejércitos se desarrollan en un amplio territorio que abarca desde Ixtapa, Puebla, hasta Córdoba y Huatusco, y tienen lugar en Orizaba importantes acciones. El crucial papel de Orizaba como retaguardia y fuente de abastecimiento del ejército realista es inmediatamente reconocido por las fuerzas insurgentes y realistas, por lo que es un segundo frente de batalla durante el sitio de Coscomatepec. En todo el ciclo de arduos combates se distinguen varios subjefes a las órdenes de Bravo (Félix Luna de Chocamán, el líder de la caballería Pascual Machorro, José María Sánchez de Tlacotepec y Miguel Montiel de Maltrata). El 29 de septiembre arriban refuerzos al mando del coronel realista Luis del Águila con una artillería de mayor calidad en alcance y potencia, además de un equipo de zapadores. Esto determinó que Bravo abandonara la plaza.

El historiador insurgente Bustamante afirma que los sitiados se retiraron “en rigorosa formación y sin que perdiese Bravo ni un hombre. Salió toda la población y las mujeres se llevaron hasta los pericos, habiendo una luna [que iluminaba] como a la mitad del día” (1844, p. 1002). Amarraron perros a las campanas de la iglesia para que al tratar de soltarse las tañeran haciendo creer con ello que los insurgentes estaban todavía en el pueblo. La retirada continuó por dos días hasta que pudieron llegar a las cercanías de Huatusco, donde comieron y se recompusieron.

Frustrados ante lo que habían creído una gran victoria, los realistas saquean lo poco que había quedado en el pueblo y cometen el sacrilegio de despojar a los santos de su parafernalia y quemar la iglesia. Esto les gana el desprecio de la población de la región, que a partir de entonces se alinea mayormente con la insurgencia. Además, en lo que el pueblo católico interpreta como una venganza del Cielo, semanas después gran parte de la tropa y oficialidad que había participado en el sitio y saqueo de Coscomatepec sufre una grave derrota en la batalla de Agua Quichula. Entonces el mariscal Mariano Matamoros es enviado por Morelos en auxilio de Bravo, pero no puede llegar a tiempo a Coscomatepec; sin embargo, en aquel punto cercano a las cumbres de Acultzingo, el 14 de octubre tiende una genial emboscada que les causa 215 muertos y 368 prisioneros a los realistas.

Al impedir el apoyo para los realistas es posible sostener a los insurgentes que defienden el pueblo, así que hay muchos héroes hoy anónimos en el sitio de Coscomatepec, y otros no tanto, como los jefes ya mencionados y también Magdalena y Francisca de los Godos, “jóvenes doncellas que trabajaron eficazmente en lo interior de la plaza haciendo cartuchos, asistiendo a los enfermos, y ocupándose en los ministerios más penosos” a quienes menciona Carlos María Bustamante en su Cuadro histórico de la revolución mexicana (citado en García Márquez, 2020, p. 71).

El clan de los Bravo pagó un alto precio por su participación en la insurgencia: Leonardo sufrió la terrible ejecución del garrote vil el 14 de septiembre de 1812; el tío Miguel fue fusilado el 15 de abril de 1814; y, luego, tras ser hecho prisionero en 1817, el propio Nicolás fue encarcelado con grilletes en los pies por cerca de tres años (probablemente el virrey Apodaca desistió de llevar a cabo la pena de muerte a la que había sido condenado en honor a la liberación de los 300[6] prisioneros españoles). En 1821, obtuvo su libertad y pronto se unió al Plan de Iguala. Al mando de una división del Ejército de las Tres Garantías ocupó varias poblaciones de los actuales estados de México, Puebla, Tlaxcala e Hidalgo.


Representación del retiro de Nicolás Bravo de Coscomatepec / Mural de Saúl Sánchez Barojas en el Hotel Plaza Real, Coscomatepec de Bravo, México

c Tras la Independencia

A fines de 1821, Nicolás Bravo es detenido “por conspiración” pero prontamente absuelto y pasa a formar parte de la Regencia en abril de 1822. Tras la coronación de Iturbide, es miembro del Consejo de Estado establecido por el Congreso. A principios de 1823, Bravo y Guerrero, descontentos con la disolución del Congreso y la preminencia de los iturbidistas en la Junta Nacional Instituyente que lo remplaza, salen de la capital rumbo a las serranías del sur con la intención de reunir tropas para iniciar un levantamiento contra el gobierno imperial.

Al derrumbarse el Primer Imperio Mexicano, el poder ejecutivo es ejercido por un triunvirato integrado por generales de tendencias discordantes: Pedro Celestino Negrete, exoficial realista, y los caudillos exinsurgentes Nicolás Bravo y Guadalupe Victoria, el primero de tendencia moderada y dirigente de las logias masónicas de rito escocés, y el segundo que gozaba de gran popularidad por no haber aceptado nunca el indulto español. Designados como suplentes, Vicente Guerrero, el excorregidor de Querétaro Miguel Domínguez y Mariano Michelena también participan en ese gobierno que, actuante entre 1823 y 1824, prepara la proclamación de la república federal y entrega el poder a Guadalupe Victoria como primer presidente constitucional de México y a Bravo como vicepresidente. Pero estando en este puesto, su participación en el “levantamiento del coronel Manuel Montaño”, que con las armas pedía la disolución del gabinete de Victoria y la abolición de las leyes de expulsión de los españoles del territorio nacional, lo convierten de nuevo en prisionero y es condenado a muerte, sentencia que se le conmuta por el destierro, que pasa en Guayaquil, Ecuador, hasta que el gobierno presidencial de Vicente Guerrero le permite regresar a México.

El caudillo Nicolás Bravo siguió actuando en el panorama político de las primeras décadas del México independiente. Ejerció la presidencia de la República en tres ocasiones: la primera, del 10 de julio al 19 de julio de 1839; la segunda, del 26 de octubre de 1842 al 4 de marzo de 1843 (durante la cual disolvió un congreso nacional); la última, del 28 de julio al 4 de agosto de 1846, ya en plena guerra contra los Estados Unidos, en la que, como ya se mencionó, también combate contra los invasores.


Batalla del Castillo de Chapultepec, cuya defensa comandó el general Nicolás Bravo (13 de septiembre de 1847)


Quizá cansado y desilusionado de la política se retira a su hacienda de Chichihualco en los primeros años de la década de los cincuenta. Se ha afirmado que allí es contactado por los promotores del Plan de Ayutla (promulgado en marzo de 1854), tal vez a instancias de su coterráneo, compañero de la insurgencia y no auxiliador en la batalla de Chapultepec, Juan Álvarez, pero se niega a participar en ese movimiento contra la dictadura de Santa Anna. Su muerte, acaecida en el mismo lugar que lo vio nacer, ocurre el 22 de abril de 1854 en circunstancias aún no bien aclaradas, pues el fallecimiento de su esposa ese mismo día ha llevado a muchos a sostener que se trató de un caso de asesinato por envenenamiento.

El Congreso de la Nación declaró a Nicolás Bravo Benemérito de la Patria el 28 de mayo de 1913. Y aunque pocas veces se le incluya en los vivas a los héroes que nos dieron patria o se le comprenda en un viva colectivo a los Bravo, es curioso que cada noche del 15 de septiembre, al dar el Grito de Independencia en Palacio Nacional, el presidente en turno reciba la bandera de México de manos de una escolta de cadetes teniendo al lado un cuadro que representa a Nicolás Bravo perdonando a los españoles que iban a ser fusilados.

c Referencias

BUSTAMANTE, Carlos María de (1844) Cuadro Histórico de la Revolución Mexicana. Tomo III. https://archive.org/details/cuadrohistorico00bustgoog/page/n1001/mode/2up?ref=ol&view=theater Ir al sitio

GARCÍA Márquez, Agustín (2020). Cogerás la jaula, pero los pájaros no… 1813: el sitio de San Juan Coscomatepec. https://www.academia.edu/42965754/1813_el_sitio_de_San_Juan_Coscomatepec Ir al sitio

ZÁRATE, Julio (2017 [1882]). México a través de los siglos. Tomo 3. La guerra de independencia. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. https://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmck0956 Ir al sitio

ZAVALA, Lorenzo de (1845). Ensayo histórico de las revoluciones de México. http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmc2r5n0 Ir al sitio

Notas

* Antropólogo. Laboró en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Nacional de Ecología. Para Correo del Maestro escribió las series “El fluir de la historia”, “Batallas históricas”, “Palabras, libros, historias” y “Áreas naturales protegidas de México”.

  1. Las tropas que comandaba habían sido diezmadas tras catorce horas del ininterrumpido cañoneo de la artillería enemiga; Antonio López de Santa Anna, general en jefe de las fuerzas que defendían la capital mexicana, no envío jamás los refuerzos solicitados por Bravo para repeler el asalto de los estadounidenses al Castillo de Chapultepec (muy cerca de allí, la caballería del general Juan Álvarez permaneció inactiva viendo cómo caía el último punto fuerte de la resistencia mexicana).
  2. Bravo es el más longevo de los personajes abordados hasta ahora en esta serie. Victoria (57), Terán (43) y Rayón (59) murieron más jóvenes y ninguno presenció la debacle de 1846-1848.
  3. Leonardo Bravo era compadre y consuegro del español Joaquín Guevara, un acaudalado propietario de tierras en la zona de Tixtla, que formó una milicia antiinsurgente en la que pretendía enrolar a los Bravo (incluyendo a Nicolás, que era su yerno, pues se había casado con María Antonieta, una hija de ese español); pero en vez de unirse a la defensa del régimen, los Bravo se acuartelaron en su hacienda de Chichihualco tratando quizá de mantener una imposible neutralidad.
  4. Al contrario de lo que dice Zavala, muchos otros historiadores sostienen que la mayoría de esos prisioneros se unieron a las tropas de Bravo, y “lo amaron como padre”, dice Carlos María Bustamante (citado en García Márquez, 2020, p. 19) en su faceta de constructor ideológico de los héroes de la independencia.
  5. Agustín García Márquez afirma que Bravo fue también el primer jefe que abrió una salida al mar para los insurgentes al apoderarse de Nautla y Boquilla de Piedra.
  6. En la cita de la página 39, Lorenzo de Zavala –quien, como allí se nota, no tenía gran simpatía por nuestro personaje– afirma que Bravo perdonó a doscientos prisioneros, pero muchos otros historiadores incrementan tal número a trescientos; por ejemplo, la influyente obra de Julio Zárate (2017 [1882]) México a través de los siglos, que en las páginas 322-323 del tomo 3 detalla el tremendo dilema de Bravo entre obedecer la orden de Morelos de pasar por las armas a los prisioneros como represalia por la ejecución de su padre o, en vez de eso, dar una muestra de dignidad humana que en mucho favorecería a la causa insurgente. En todo caso, hayan sido doscientos, trescientos u otro número los que salvaron la vida gracias a su decisión, aquel acto fue realmente inusitado en el contexto de una guerra civil en extremo despiadada y sin duda nos habla de la magnanimidad de Nicolás Bravo.
c Créditos fotográficos

- Imagen inicial: www.3museos.com

- Foto 1: revistabicentenario.com.mx

- Foto 2: revistabicentenario.com.mx

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- Foto 4: Dominio público / memory.loc.gov/service/pnp/pga/02600/02604v.jpg

CORREO del MAESTRO • núm. 314 • Julio 2022